Shutdown

Publicado el 18 de octubre de 2022, 22:29

Nunca tuve la constancia para escribir un diario. Lo he intentado todo: preciosas libretas con cuidados diseños, cuadernos corrientes y bolis de colores, documentos en mi ordenador para no lidiar con mi caligrafía. Nada conseguía captar mi atención lo suficiente como para que el frenesí inicial diera paso al afianzamiento de una rutina tras diluirse. Quizá por eso las contadas páginas que escribí hayan quedado grabadas en mi memoria. Una de ellas, en concreto, reza una frase que ha estado retumbando en mis pensamientos  durante los últimos meses, como el eco de un grito en las montañas.

Soy una bomba a punto de estallar. Han pasado 11 años desde que escribiera aquello. He perdido la cuenta de cuántas veces, bien fruto de la ira, bien fruto de la pena, esa profecía se ha cumplido y me he roto en un mar de lágrimas, o me he tornado mar que arrasa con todo a su paso. Sin embargo, últimamente es distinto. Últimamente es el mundo quien me engulle a mí.

Empieza con pequeñas esquirlas que poco a poco se van clavando en mí, debilitándome, haciéndome frágil. Recuerdos del pasado que vuelven a la superficie, y que en su breve estancia en los dominios de mi conciencia dejan tras de sí un rastro de ponzoña; pequeños momentos de tranquilidad que me son arrebatados por algún ruido disruptivo, dejándome sedienta de una soledad imposible; banales interacciones que a cualquier persona resultan nimias, pero que a mí me drenan por completo. Una herida y otra, y otra. Incluso el más resistente de los cristales acaba por resquebrajarse, si se le infligen las suficientes grietas.

Cuando me doy cuenta de que está pasando, ya es demasiado tarde. De repente, el mundo me aplasta, el aire pesa demasiado, cualquier movimiento es un esfuerzo hercúleo; hablar, una tarea imposible. Como una ola que sin previo aviso me hunde en las profundidades del océano, me ahogo, me apago, y pierdo mi conexión con lo que me rodea. No puedo sino volverme pequeña ante tanto peso, y el ser-en-el-mundo, la existencia, se convierte en una tarea de mayores. Todo lo que me rodea se vuelve una nube borrosa, sólo queda de mí una cáscara vacía, consciente, pese a la impotencia, de que la única forma de salir a flote es dejar de luchar. Y quedo relegada a la paciente espera de volver a habitar mi ser, mientras las grietas que me recorrían son restauradas para volver a resquebrajarse una vez más.

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