Catharsis

Publicado el 5 de noviembre de 2022, 21:01

Hoy es uno de esos días en que todo estalla y partes de mi mundo se destruyen. Uno de esos días en que, agotada de hacer de escudo de la metralla de esquirlas, las dejo salir. Uno de esos días en que me parece injusto silenciar mis gritos para no perturbar la quietud de aquellos que me dañaron. Hoy reniego de traer calma a la tempestad. 

Me fallasteis. Qué difícil de decir. Os necesitaba, y me disteis la espalda. He aprendido a vivir con ello. Con lo que no puedo vivir es con seguir fallándome a mí misma cada vez que guardo silencio y me siento pequeña, cada vez que leo ese mensaje y me da un vuelco el corazón, la ansiedad me hierve, y el miedo me invade temiendo no su reacción, sino la vuestra. Me fallasteis entonces, y ahora, 6 años después, me seguís fallando.

"Viene Ale". Ale, aquel hermano de mi madre a quien reniego de llamar tito. Aquella persona que, pese a haberme acogido en su piso en el pasado, un buen día levantó la mano contra mí. Yo siempre he sido un grano en el culo para mi familia, no es un ningún secreto. Nunca he sido muy políticamente correcta, pero después de aguantar que mi padre, durante horas cada día durante 3 meses, me maltratara psicológicamente y me hiciera escuchar callada cómo me me denigraba, me chantajeaba y renegaba de mí como hija, en los primeros años de mi adolescencia llevaba aún peor si cabe el tener la boca cerradita. Así que por cada comentario machista que soltaban, ahí estaba yo para dar por saco.

Aquel día, sin embargo, me levanté especialmente asertiva. Por lo que, cuando Ale bromeó diciendo que podía permitirme hincharme a pan porque tenía novio y no tenía que verme en la situación de estar gorda y soltera, en lugar de hacerme un espeto con sus testículos, intenté explicarle que el paradigma de belleza es un constructo social y que yo no tengo que estar de ninguna manera para ningún hombre. Si supiera que, con el paso de los años, ni siquiera me apetecería estar con hombres xD

Sabía que mi discurso no estaba calando (no se le pueden pedir peras al olmo), pero que, de repente, pegara un puñetazo en la mesa y me gritara que me fuera no me lo vi venir. Me encaminé hacia mi mochila y, una vez me la puse, me dirigí a la puerta, pero me agarró del cuello de la sudadera, puño alzado, furia en sus ojos. Una de mis tías se puso en medio y me liberó de él. Sin comprender nada de lo que acababa de pasar, corrí escaleras abajo llorando. 

Lo que pasó a continuación son sólo fragmentos inconexos. Otra de mis tías vino, me llamó desagradecida entre lágrimas y gritos, y mi madre, toda frustración e impotencia, me acusó de haberlo arruinado todo. Por motivos que escapan a mi comprensión, siempre se esforzó desesperadamente en ganar la aceptación y apoyo de una familia que nos culpó de haber sido maltratadas por mi padre. Mi intolerancia al machismo le era harto inconveniente.

Las palabras que mi primo me dijo aquel día quedaron por siempre grabadas en mi memoria. "Tienes que adaptarte". En mi interior retumbaron como "tienes que callarte". Y yo ya me había callado demasiado. Renuncié a mi familia por abrazar mi espíritu insumiso. Todavía rezuma en mí el orgullo de haber tomado aquella decisión. Por eso hoy decido romper mi silencio.

Durante años, no fui a ninguna reunión familiar. Echaba de menos a mis primos, con quienes siempre había añorado recuperar el tiempo que mi padre me robó en mis años de aislamiento, pero mi madre me imponía una condición para asistir: saludar a Ale. Podía tolerar ignorar su presencia, pero no tratar con cordialidad a una persona que había intentado pegarme. Me negué en redondo. Perdí todo contacto con ellos.

No entiendo muy bien qué llevó a mi madre a cambiar su actitud. Simplemente, en algún momento, se aceptó la mutua ignorancia de nuestras presencias como suficiente, y decidí atreverme a volver, siempre y cuando Ale no estuviera presente. Me daba demasiada ansiedad exponerme a la situación de confrontarme con él. Poco a poco, se fueron dando situaciones en que coincidíamos. Siempre me daba un vuelco el corazón, y la ansiedad se me disparaba anticipando el posible conflicto. Hasta que un día me di cuenta. No me daba miedo Ale, no consideraba probable que volviera a actuar de aquella forma; temía la reacción de mi familia si no le saludaba, si mi mera presencia desataba algún conflicto. Ardí en ira. Nada de aquello era culpa mía, yo nunca fui el problema. El problema fue que en ningún momento me apoyaran frente a una agresión machista, que me culparan, que se me negara estar con mi familia por no querer compartir cordialmente espacio con mi agresor. Yo nunca debí haber sido la paria renegada al ostracismo, sino él. Aunque qué cabía esperar de personas que consideraban que con 14 años si te maltratan es porque tú quieres. El fallo fue mío, por esperar demasiado de vosotros, y por permitiros hacerme cargar con un lastre que nunca me correspondió y que todavía siento cuando habláis desde la neutralidad de mi enemistad con Ale. El silencio siempre favorece al opresor, no existe la neutralidad, el sistema por defecto le favorece. 

Hoy por fin he entendido por qué parte de mí se quiebra cada vez que escucho frases como "no pasa nada, podéis venir ambos, sabemos que sois personas maduras que van a comportarse". Es de mí de quien se espera que me comporte, que no trate con hostilidad a una persona que casi me agrede, que no suelte comentarios inapropiados pero más que justificados, cuando debería ser él quien estuviera en tela de juicio. No sé a vosotros, pero a mí me parece  más proclive a tener problemas de comportamiento una persona que fruto de la ira rompió un mueble y casi agrede a su sobrina a quien duplica la edad que una joven con la lengua suelta y actitud ácida. Por fin comprendo por qué parte de mí se rompe cuando se me avisa de la presencia de mi agresor para que pueda mentalizarme o decidir si irme, porque si alguien ha de irse esa he de ser yo. A él se le ha permitido habitar espacios que a mí se me han negado o en los que se me ha hecho sentir prescindible.

Por fin me doy cuenta de por qué me sigue doliendo una herida abierta hace 6 años. Quizá haya vuelto, pero sigo siendo una paria, como no podía ser de otra forma mientras vuestra neutralidad os impida manifestaros contra la injusticia que tuvo lugar y le dé a él un lugar que a mí se me niega, y que supongo que nunca ha sido mío. Con él compartís experiencias que a mí se me negaron, un vínculo que quizá no podáis sentir conmigo; soy demasiado diferente. Lo entiendo. Simplemente estoy cansada de tapar con un velo de silencio un grito que lleva tiempo quebrándome por dentro. Nunca se me ha dado bien callarme.

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