Desde peques, nos venden que el amor (romántico, por supuesto) es la meta última a la que tenemos que aspirar en la vida. Incluso aunque ya algunas personas hayan superado la noción de la "media narana", conscientes de que somos personas, no retazos, a las relaciones románticas se les sigue dando una centralidad de la que no goza el resto. En ese sentido, me llama mucho la atención la expresión "tener pareja" o "estar soltere", habiendo otro verbo que, en español, refleja bastante mejor la esencia de lo que implican este tipo de relaciones. La pareja, tal como se concibe hoy día, no es algo que se "tiene" o en lo que se "está"; es algo que se es, que configura una de las partes más esenciales de nuestra identidad. Creo que lo más adecuado es hablar de ser-en-pareja.
Nos venden que la vida es competición, una lucha por supervivencia. Que nuestra valía no es intrínseca, sino que depende de un baremo comparativo en el cual tenemos que quedar por encima. Las no-monogamnias tienden a poner el foco en el problema de la exclusividad, cuando realmente va más allá: es la propia existencia de una jerarquía, en la cual un tipo de relaciones sistemáticamente se asocian con x tipo de dinámicas y con un valor socio-cultural concreto.
La gracia de las relaciones de pareja, se tenga una o múltiples vínculos, es que se asocian las dinámicas románticas como el tipo de relación a priorizar frente a la amistad, incluso por encima de une misme, porque aparentemente una "conexion" muchas veces condicionada por una idealización descomunal y un chute de hormonas descontrolado, dando lugar a una desviación patológica de la atención y a distorsiones cognitivas de diversa índole, está por encima de la responsabilidad afectiva y de los autocuidados. Y así se genera una entidad unitaria, dos partes de un mismo ser, por muy superada que se tenga la naranjita, en la que los apelativos románticos sustituyen al nombre propio, en la que la etiqueta principal pasa a ser "soy la pareja de", en la que con tal de sentirnos elegides, priorizades, valorades, en este sistema de mierda en el que necesitamos una pertenencia enfermiza basada en la dependencia con tal de sentirnos a salvo, relegamos a un segundo plano aquellas relaciones no intoxicadas por el ENR.
La institución de la pareja ha colonizado las muestras de cariño y las dinámicas sensuales y sexuales, como si fueran dinámicas reservadas para el amor, como si incorporarlas a una amistad fuera la adicción de una cláusula extra que no le pertenecía de primeras (los famosos "amigos con derechos"). Han invadido los espacios públicos, en los que se valida la fusión de la pareja en un único ser físico, creando una burbuja que aísla y excluye todo elemento exterior. Incluso se les otorga la impunidad de acudir a eventos "en pack", casi sin necesidad de avisar (el clásico +1, o +2, +3...), porque la pareja al fin y al cabo es un apéndice de la propia persona.
Sé que hay personas con pareja con responsabilidad afectiva, y yo no me he informado lo suficiente para argumentar que la agamia sea el único modelo relacional válido (en ello estoy), pero lo que sí voy a hacer es criticar esas dinámicas tan enraizadas que me como con patatas casi cada vez que quedo con una pareja. Si queréis construir un sistema solar en torno a una(s) persona(s) allá vosotres, pero yo no soy segundo plato de nadie. Mi amistad tiene un valor y compartir espacios públicos implica un mínimo de respeto. Si queréis ser un pack indivisible, como los yogures, al frigo, o a cualquier otro espacio cerrado de vuestra elección (nótense mis mejoras en asertividad).
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