Cenizas

Publicado el 9 de noviembre de 2024, 0:29

Recuerdo traer su paquete de galletas favoritas, con forma de dinosaurio, y dejárselo a los pies de la cama. Mirarnos mutuamente en silencio, tratando de decirle "estoy aquí, lo expreso como puedo", y marcharme.

Recuerdo a mi madre diciéndome una, y otra vez, "tu padre se va a morir". Creo que le preocupaba que yo no fuera consciente de la situación, que no aprovechara el tiempo que le quedaba, aunque era bastante obvio que no era mucho. Llegó un punto en que no podía caminar por sí mismo, y siempre he pensado para mis adentros que eligió morir el día en que lo hizo porque al día siguiente íbamos a empezar con los pañales para adultos. Su concepto del honor y la dignidad los mantuvo hasta el final. También su narcisismo.

Recuerdo lo difícil que era para mí relacionarme con él. El día que mi madre nos dijo que íbamos a volver a vivir con él, que no podía valerse por sí mismo, fue la primera vez que me emborraché, aprovechando la feria de Abril. Cómo se gestiona volver a vivir con una persona que te ha maltratado, que te ha traumatizado de por vida, por mucho que sea tu padre. Le perdoné, para que no muriera con esa culpa, y no le dije que le había perdonado, para que no se diera cuenta de que había hecho algo mal. En su burbuja, la mala hija era yo. Ahora que está muerto, a veces me planteo si merece mi perdón.

Recuerdo con una vividez inusitada la noche anterior a su muerte. Yo estaba dormida, en mi cuarto, pero semiconsciente. Mi hermana y mi madre estaban ayudando a mi padre a ir al baño, debió de llevarles cerca de 1h completar la hercúlea tarea. Y yo sentí, tras meses acumulando en mi interior la ansiedad y la tristeza que traen consigo una muerte anunciada, por primera vez, calma, sentí todas esas emociones desvanecerse y dejar tras de sí ese espacio para respirar que tanto ansiaba. Y fue entonces cuando lo supe. "Esta es la calma que precede a la tempestad".

A la mañana siguiente, vino la ambulancia, de nuevo, para llevárselo ingresado. Era ya algo rutinario. Mi hermana y yo nos quedamos en casa solas, y yo, preparándome para los cuatrimestrales que tenía a la vuelta de Navidades, decidí terminar de leer el "Gorgias", de Platón. Recuerdo la sensación de triunfo al terminar de leer la última página, y la confusión al escuchar, justo segundos después, que la puerta se abría, y ver aparecer a mi tío Antonio. No entendía qué hacía allí o, mejor dicho, no quería entenderlo. 

Recuerdo salir a la calle llorando, y ver en la distancia a una de las médicas que habían subido a llevárselo. La miré en la distancia, y ella me miró a mí. Siempre me he preguntado si ella sabría que no la culpo, que sabía que esto tenía que pasar. Al fin y al cabo, mi padre tenía 80 años.

Los días posteriores, la atmósfera era increíblemente pesada. Sentía el peso de la muerte a mi alrededor, aunque no albergaba ningún tipo de resentimiento o de culpa. Era como si la gravedad hubiera cambiado y me encadenara al suelo, aplastándome con una losa. Es exactamente la misma sensación que tuve hace unos meses, cuando volví a verle en sueños. Tengo la convicción de que no fue sólo un sueño. 

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